Cuando joven, llevaba largos y renegridos cabellos. Nadador por excelencia, como digno hijo de la tierra en que nació, cuando el río crecía con fuerza incontenible, cargaba sobre sus espaldas dos niños tomados fuertemente de sus largos cabellos y los cruzaba de una a otra orilla haciendo gala de sus cualidades de nadador.
Vivió mucho tiempo en el monte de don Rosas Pereyra, cuidaba de sus hijos como si fueran propios y cuando debía llevar mensajes a su familia que residía en el pueblo, lo hacía utilizando sus piernas y trotaba como si fuera un esbelto potro.
Conocía la propiedad curativa de algunas hierbas y hacía alarde de saber curar ciertas enfermedades utilizando sebo, grasa de iguana, peludo, etc.
Le gustaba disfrazarse, gozaba con pintarse y disfrutaba con los carnavales. Cuentan que una noche en uno de los corsos, apareció vestido de indio y con su cuerpo cubierto con plumas montado en un brioso caballo. Los corsos se hacían en el Boulevard y los campesinos que llegaban en carros, vagonetas, sulkys y jardineras ataban sus caballos a los árboles de las aceras. Cuando el corso estaba por finalizar prendió fuego a sus plumas y pasó como una exhalación a tirarse en el río que pasaba muy cerca. Pocas quemaduras sufrió, pero los caballos asustadísimos cortaron las riendas y huyeron despavoridos buscando refugio, quedando la gente a pie.
Fue una noche diferente, la Negra se divirtió y el corso tuvo un toque muy especial.
Muchos años después se fue del pueblo, anduvo por los alrededores y volvió para vivir junto al río en una cueva de la barranca, allí pasó sus últimos días, sólo y en contacto con la naturaleza, a lo indio, como un noble representante de su raza. Allí encontró la muerte, sólo, como lo había estado toda su vida.
(1) Extraído de recopilación realizada por la docente Esther de Ancheta y alumnos de séptimo grado, Escuela "El Gran Capitán", 1988.
Vivió mucho tiempo en el monte de don Rosas Pereyra, cuidaba de sus hijos como si fueran propios y cuando debía llevar mensajes a su familia que residía en el pueblo, lo hacía utilizando sus piernas y trotaba como si fuera un esbelto potro.
Conocía la propiedad curativa de algunas hierbas y hacía alarde de saber curar ciertas enfermedades utilizando sebo, grasa de iguana, peludo, etc.
Le gustaba disfrazarse, gozaba con pintarse y disfrutaba con los carnavales. Cuentan que una noche en uno de los corsos, apareció vestido de indio y con su cuerpo cubierto con plumas montado en un brioso caballo. Los corsos se hacían en el Boulevard y los campesinos que llegaban en carros, vagonetas, sulkys y jardineras ataban sus caballos a los árboles de las aceras. Cuando el corso estaba por finalizar prendió fuego a sus plumas y pasó como una exhalación a tirarse en el río que pasaba muy cerca. Pocas quemaduras sufrió, pero los caballos asustadísimos cortaron las riendas y huyeron despavoridos buscando refugio, quedando la gente a pie.
Fue una noche diferente, la Negra se divirtió y el corso tuvo un toque muy especial.
Muchos años después se fue del pueblo, anduvo por los alrededores y volvió para vivir junto al río en una cueva de la barranca, allí pasó sus últimos días, sólo y en contacto con la naturaleza, a lo indio, como un noble representante de su raza. Allí encontró la muerte, sólo, como lo había estado toda su vida.
(1) Extraído de recopilación realizada por la docente Esther de Ancheta y alumnos de séptimo grado, Escuela "El Gran Capitán", 1988.